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10/8/09

Helter Skelter: 40 años despues del asesinato de Sharon Tate


Sharon Tate, la muerte no avisa

Dicen los que recuerdan los fatídicos hechos ocurridos el 8 de agosto de 1969, en una casa en California, que ese día terminaron los míticos y libertarios años 60, al ser asesinada en forma brutal la hermosísima actriz, esposa del director Roman Polanski, embarazada de ocho meses. Su historia sigue estremeciendo a cuatro décadas de distancia.


Siempre he creído en el destino”, dijo la rubia de evidente embarazo, actriz y futura mártir superstar de la cultura pop, en la que sería su última entrevista, realizada en Roma, en mayo de ese año, cuando terminó el rodaje de la comedia Las trece sillas. “La verdad es que nunca he planeado nada de lo que me ha ocurrido”, dijo. No imaginaba el irónico significado que adquirirían sus palabras unos meses después. Sharon Tate nació en Dallas, Texas, el 24 de enero de 1943, y desde pequeña comenzó a ganar concursos de belleza. Cuando las fuerzas armadas trasladaron a su padre a Europa, la primogénita siguió con su racha de coronaciones mientras sus ojos se alimentaban de flashes. No obstante, Sharon no era —como podría esperarse de una chiquilla cuya relación con el espejo era inextricable— vanidosa o superficial; al contrario, cuentan quienes la conocieron que, como contrapeso a su hermosura, se distinguía por poseer un proverbial corazón de oro, así como una notable sencillez.

De origen similar al suyo era el trío constituido por Susan Denise Atkins, Leslie van Houten y Patricia Krenwinkel. Como Sharon, eran nacidas en hogares suburbanos de clase media y criadas en lo que se llamaba buenos vecindarios; eran populares y simpáticas, bailaban twist y jugaban voleibol en la playa: literalmente eran de esas chicas de California a las que cantaban los Beach Boys. Mientras, de vuelta en Los Ángeles, Sharon había decidido ser actriz y acudía tenazmente a audiciones por toda la ciudad. Así comenzó su carrera como extra en filmes como The Sandpiper, estelarizada por Liz Taylor y Richard Burton. Fue en ese set que Sharon llamó la atención del productor Martin Ransohoff y éste la llevó a integrarse al elenco de Los Beverly Ricos (con lentes y peluca negra) y poco después a la película El ojo del diablo, alternando con dos grandes estrellas de la época: David Niven y Deborah Kerr.

En ese rodaje, el destino hizo lo suyo: Sharon conoció en Londres a Roman Polanski, quien con sus siniestros filmes Cuchillo en el agua o Repulsión (que convirtió a Catherine Deneuve en el monstruo más bello del mundo) había venido a revolucionar el cinema narrativo y era la sensación en la ciudad. Ransohoff era productor de La danza de los vampiros, la primera cinta en color de Polanski, por entonces un joven cineasta, e intercedió para que su protegida apareciera en el filme. De ahí al enamoramiento fulminante.

Por su parte, Susan Atkins había cambiado drásticamente al morir su madre: ahora era rebelde sin causa, había ido a parar a San Francisco y vivía en Haight-Ashbury (la incubadora del movimiento hippie); Leslie van Houten, en su último año de bachillerato, era capitana de las porristas y Patricia Krenwinkel había egresado de un severo internado católico. Por separado, las tres conocieron a Charlie Manson, ex informante de la policía, ex convicto y protoniño de la calle, entonces ya con más de treinta años, al que llegarían inexplicablemente a adorar. Él las moldeó como arcilla, rebautizándolas Sadie, Lulu y Katie, partes clave de lo que llamaría su “familia”.

Charles Milles Maddox era producto del sistema penitenciario de California, y desde los años 50 versado en las doctrinas de la cienciología, religión concebida por L. Ron Hubbard. Se veía a sí mismo como una especie de profeta apocalíptico y lograba seducir a los jovencitos desorientados que conformaban para él una amalgama ideal para llevar lo que él consideraba su “solución final”: una guerra entre blancos y negros, ricos y pobres, de la cual él y los suyos emergerían como la raza dominante.

Esto fue evidente después, con la masacre que lo volvería célebre. Sharon y Roman se casaron en Londres en un evento multipublicitado, el 15 de enero de 1968, convirtiéndose en una de las parejas más fotografiadas del mundo. Poco antes de la boda, ella participó junto con Barbara Parkins y Patty Duke (sí, la del célebre show de tv donde interpretaba a primas idénticas) en una película que hoy es considerada epítome del Camp: El valle de las muñecas, donde Sharon aparece en todo su esplendor como Jennifer North, una rubia actriz atrapada en un círculo de pornografía, decadencia y suicidio. Mientras, Roman rodaba una de las cintas más importantes del cinema moderno: El bebé de Rosemary, de cuyo set en los estudios Paramount Sharon era una visitante asidua, haciéndose amiga y prácticamente “hermana adoptiva” de Mia Farrow, a quien Frank Sinatra acababa de (abruptamente) pedir el divorcio. Por esos días, Charlie —que con su prole se había instalado en un rancho decrépito que había sido escenario de westerns— descubría el álbum blanco de los Beatles y decidía que era hora de iniciar su revolución

La tragedia

En el 10050 de Cielo Drive, en Bel Air, hoy no hay nada en pie. Es un terreno baldío y bardeado, pero en el verano de 1969 había ahí una casa que había sido rentada por los Polanski a su regreso de Europa a Terry Melcher (hijo de Doris Day) y su novia, la entonces muy joven actriz y modelo Candice Bergen. Fue ahí mismo que en algún momento de la noche del 8 de agosto, Sadie, Lulu, Katie y un chico llamado Charles Tex Watson desconectaron la electricidad de la reja y entraron al jardín, armados con un revólver y cuchillos de cocina. Según Lulu, habían consumido ácido, pero no está segura. Charlie sólo les había dicho que mataran a quien hallaran. Ese día, Sharon Tate había entrado en su octavo mes de embarazo. Roman estaba trabajando en Inglaterra en la preproducción de otro filme y mientras él volvía con ella compartían la espaciosa casa Woyjtek Frikowski, un cineasta polaco amigo de él, y Abigail Libby Folger, heredera de una cafetalera. Con ellos estaba Jay Sebring, ex novio de Sharon, estilista y corredor de autos.

El primero en descubrir a Sadie y su pandilla fue alguien que estaba en el lugar equivocado y en el peor momento: un chico de 18 años llamado Steven Parent, amigo del jardinero de la casa, que había ido de visita. Después fueron eliminados Libby Folger y Frikowski, con más de 30 puñaladas. Jay Sebring recibió de Watson un balazo a bocajarro. Con Sharon se tardaron más. Según relató Susan/Sadie en el juicio, como si estuviera orgullosa de ello, la señora Polanski pidió piedad por ella y su bebé mientras recibía 36 cuchilladas. Ninguno sabía quién era mientras se mojaban los dedos en su sangre para escribir PIG (puerco) en la puerta de la casa. Cuando se enteraron se pusieron felices. Charlie festejó con un asesinato doble la noche siguiente, lo que desató una ola de pánico que acabaría de un golpe con el mito de la ensoñadora y libertaria década de los sesenta.

Sharon y su bebé, Paul Richard Polanski, están enterrados juntos en Los Ángeles. Su madre, Doris, y sus hermanas Debbie y Patty fueron incansables partidarias para evitar que los asesinos (hoy cincuentones y acabadísimos) salgan en libertad condicional, al ser permutadas sus condenas a cadena perpetua. Roman viviría otros dramas góticos tras quedar viudo y tardó un par de décadas en formar otra familia. Desde hace 29 años no va a California por una acusación de supuesta violación de una prostituta adolescente, cargo que él siempre negó.

Charles Manson, alias Jesús o Satán, es hoy un vejete recluido en la prisión de alta seguridad de Corcoran y dice que le hubiera gustado hacer algo más “significativo” como herencia a la historia. Quizá lo más impactante sea que Charlie aún ejerce influencia sobre algunos seguidores aferrados al viaje, como la espectacular Lynette Squeaky Fromme (loca folcloroide que ameritaría un escrito para ella sola) y sobre las generaciones que hoy, inexplicablemente, lo ven como un antihéroe, hijo incomprendido del american dream. Y mientras Mason se vuelve decrépito, la belleza de Sharon Tate, con su sonrisa de un millón de dólares capturada en celuloide y papel Kodak, sigue brillando como mártir de la cultura que nutrió sus sueños y el monstruo que la devoró.

California/Miguel Cane

Fuente: http://www.milenio.com/node/264201

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