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26/9/13

Mas de Avándaro

Interesante reportaje sobre el Festival de Avándaro, y yo colaboré con las fotos que vienen de diversas fuentes para ilustrarlo....saludos: GZ


Nada fue igual después de Avándaro…

DOMINICAL • 
Uno de los organizadores del legendario “Festival de Rock y Ruedas” recrea aquella gozosa y rebelde experiencia cultural, aunque después la represión gubernamental y la censura de los medios y las “buenas conciencias” forzaron esta música al clandestinaje de los sótanos y los hoyos-fonky por casi  20 años. 




Hace ya 40 años el rock y la juventud perdimos la inocencia, y Avándaro se convirtió en el estigma de nuestra generación. ¿Cuál es la lección histórica protagonizada por unos cuantos millares de jóvenes empapados de lluvia, rock, paz y amor? ¿De qué nos sirve, 42 años después, exhumar la memoria viva de ciertos días, olvidados por la historia oficial? ¿Por qué si se nos ha dicho que “la verdad nos hace libres”, la historia se puede convertir en un relato copado de verdades vacías y mentiras llenas? Hay que reescribir la historia, contemplando también “la visión de los vencidos”.
La verdad es tan implacable como el tiempo, y en la memoria colectiva de un pueblo la verdad permanece, esperando a que el tiempo la descubra y le dé la oportunidad de reivindicarse. La verdad de Avándaro es un tema incómodo del cual casi nadie quiere acordarse, y en los libros de texto oficial no forma parte de la historia; sin embargo, al igual que en el movimiento del 68, no hay viejos roqueros que se resistan a afirmar que estuvieron en Avándaro y compartieron la experiencia más “gruexa” de la música en México.
Un 11 de septiembre de 1971 se celebró el Festival de Rock y Ruedas: tuvo su lugar de realización en Avándaro, hasta aquel día un desconocido valle que en purépecha significaba ensueño y hoy en día es una herida en la piel del tiempo de ser joven en los setenta, en nuestro país... Nada fue igual después de Avándaro…
Nuestro Woodstock se realizó en pleno apogeo del autoritarismo mexicano, en tiempos de represión: la paranoia de la subversión enloquecía al régimen y el peligro fantasmal del socialismo, impulsado por el gobierno yanqui, recorría los pasillos de Palacio Nacional.
Muy cercana estaba todavía la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco y el halconazo de 1971 aún no cerraba su herida… definitivamente la reunión de más de cinco jóvenes constituía un peligro para el régimen. Avándaro fue un suceso del que nadie quiso hablar durante mucho tiempo. La verdad a medias se convirtió entonces en tabú, y el tabú en parte de la mitología de lo prohibido.
Solo aquellos que estuvimos presentes sabemos lo que sucedió en el Valle de Avándaro. Y ¿saben una cosa?... no paso n-a-d-a. No hubo muertos, ni heridos, ni accidentados, algunos casos quizás de hipotermia, miles de crudos, algunos pasoneados de mota, una encuerada que aún hoy mantiene su épica fama por haberse desnudado entre el público en pleno concierto, y otra a la que yo en persona le pedí que se pusiera la camiseta de Avándaro y lo hizo, sin tener nada debajo, y por supuesto fue ovacionada a rabiar por el hipnotizado público.
La verdad es que esos recuerdos hoy en día me dan ternura y la puerilidad de este suceso no tiene nada que ver con la actitud paranoica que el gobierno y la liga de las buenas costumbres tuvieron como reacción ante el “demoniaco” encuentro que los diarios se ensañaron en calificar como “un crimen más de la juventud” de aquel entonces. Ya quisiera ver lo que dirían hoy de los #yosoy132 desafiando las instituciones abiertamente en internet, o de los infiltrados en el movimiento de maestros de la CNTE lanzando molotovs frente al Hemiciclo a Juárez. Soy uno de los testigos presenciales, organizadores y “culpables” históricos de la revolución, evolución, y re-evolución que derribó las torres gemelas de nuestro rock, aquel 11 de septiembre (curiosa fecha) de 1971.
El lugar y el motivo fue lo menos importante; lo grandioso de este acontecimiento fue que por primera vez, y por razones no políticas, millares de jóvenes alzamos la voz invocando al dios llamado rock. Y sin importar la clase social, escolaridad, apellido o preferencia sexual, el suelo retembló al sonoro rugir de ¡Avándaro! ¡Avándaro!
Originalmente se había pensado incluir a dos grupos importantes del rock mexicano, uno de ellos era el grupo de Javier Bátiz, el otro era el grupo jalisciense La Revolución de Emiliano Zapata —aquél de Nasty Sex—, pero estos le hicieron el feo, y se negaron a participar.
Otro grupo que no pudo asistir de último momento fue La Tribu (de Monterrey), su lugar lo ocupó finalmente La División del Norte (de Reynosa); lo mismo le pasó a Love Army, que se quedó atorado en el tráfico urbano. Al tomar impulso la idea del Festival y con un poco más de presupuesto, contratamos a más grupos: Bandido (del norte de la República), El Amor (de Monterrey), Tinta Blanca (del DF), Dugs Dugs (de Durango), Epílogo, Tequila y Three Souls in my Mind (del DF), Peace and Love y El Ritual (de Tijuana), Mayita y Los Yaqui (de Reynosa) y Fachada de Piedra (de Guadalajara).
Bajo el concepto de un Festival de Rock y Ruedas, la convocatoria rebasó en mucho las expectativas de los organizadores, “la raza hipiteca” acudió al llamado y el lema de “amor y paz” y la cercanía con la naturaleza, más una súper dosis de rock fue razón suficiente para estar en Avándaro, haciendo historia; a contracorriente de “las buenas conciencias”, “la momiza”, “la tira” y “el pri-gobierno”, como se le llamaba en aquellos años.
El Festival de Rock y Ruedas rompió la delgada línea entre los “socialmente aceptable”, y la visión del mundo a la que evolucionó la generación setentera.
En Avándaro, el único vestigio del poder de convocatoria de la música, se dio cuando la banda Peace and Love de Ricardo Ochoa, puso a vibrar a cerca de 200 mil personas, quienes cantaron sin temor la letra de “We got the power”. ¡¡Tenemos el poder....!!, y la verdad es que el castigo ante ese llamado a la conciencia juvenil, que en otros países, como Francia puso en peligro al sistema durante la Primavera de 68, en México fue tan inocente como satanizado. Y todo comenzó cuando en la radio se oyó la transmisión del concierto y desde el escenario Ricardo Ochoa gritó al público: “Chingue a su madre el que no cante…”, entonces la radio calló, el rock cayó y ni Octavio Paz, con todo y su “apología del verbo chingar” podría haber evitado la chingadera que puso en chinga a lo más chingón del rock nacional durante un chingo de años.
La reacción fue inmediata y fulminante: como en una pesadilla kafkiana, el rock fue condenado al destierro y al olvido; condenado por un delito muy de moda en aquel entonces: el delito de sedición y disolución social. La simple idea de que la juventud mexicana se uniera en una misma voz, puso a temblar a las altas esferas del poder.
Durante las últimas cuatro décadas, algunos despistados han pretendido involucrar lo sucedido en Avándaro con la descomposición del sistema político y social en México; sin embargo, Avándaro no fue la causa, sino el efecto, porque la verdad es que en México el rock nunca ha tenido implicaciones con la política —como sí sucede en otras partes del mundo.
Haciendo un repaso histórico, cronológico, y cultural, es muy marcada la influencia que tuvo el concierto de rock en Valle de Bravo en los ámbitos de la música, la literatura, la política y el orden social que desde entonces ya no fue el mismo.
Las voces de la reacción, inconformes con tal hazaña, mostraron su fuerza. Los principales medios masivos de comunicación denostaron hasta el cansancio al festival. Para ellos fue una reunión de drogadictos, degenerados, rebeldes sin causa, vagos, aventureros, en fin unos verdaderos peligros para México. Jóvenes alebrestados bajo los influjos de la mota y el alcohol, y poseídos por esa música demoniaca llamada rock. Aunque abundan las historias y relatos que tratan de describir lo que sucedió aquellos días, la verdad permanece presente en la memoria de quienes lo vivimos.
Para nuestra mala suerte, estos días no fueron documentados en su totalidad, aunque existen grabaciones originales de audio y video, así como material fotográfico que parcialmente reconstruyen los hechos. Sin embargo, a través de los años, el Festival de Avándaro ha generado una serie de “documentos” que al igual que los evangelios, explican en distintas versiones de distintos recopiladores, el viacrucis que finalizó con la crucifixión de nuestro rock. Al respecto se han lanzado al mercado algunos acoplados de Avándaro, pero nada en vivo.
Se han hecho algunos documentales interesantes, siendo uno de los más completos Tres Tristes Tigres, con la colaboración del periodista Víctor Vallejo. En La verdadera vocación de Magdalena, película de Jaime Humberto Hermosillo protagonizada por Angelica María, y en La Revolución de Emiliano Zapata hay escenas del concierto.
Jaime Almeida escribió en MILENIO Semanal un buen artículo sobre el festival, revelando aspectos que no son tan del dominio público, y el maestro Federico Arana, en su serie de libros Guaraches de ante azul, ha contado con mayor detalle esta historia. Otros que han dejado su testimonio de Avándaro fueron el escritor Federico Rubli Kaiser, el critico rockero Óscar Sarquiz, Alfredo Gurrola y las imágenes de Tinta Blanca en su excelente y alivianada Memoria de aquellos días, incluso Carlos Alazraki, que dirigió cámaras en el concierto durante un rato, ha puesto su granito de arena para recuperar la memoria perdida de aquel momento.
Algo contundente es que la nación de Avándaro puso al descubierto la diferencia abismal entre dos generaciones, la de nuestros padres y la nuestra, y permitió ver que hay plantas que la naturaleza nos brinda como posibilidad de que experimentemos con ellas el “despertar de la conciencia”.
Este abrupto rompimiento generacional tuvo consecuencias en distintos planos: socialmente se rompieron barreras, la música se encargó de hermanar a las clases sociales, que vibraron con un rock bien ejecutado con altas dosis de creatividad.
Políticamente hablando, Avándaro fue un bálsamo para las heridas de la juventud, dolida por las masacres que había enlutado a muchos hogares mexicanos en el 68. A nivel comercial y cultural, Avándaro también fue parteaguas de la generación “hipiteca”, que desde entonces se identificó por su forma de vestir, de hablar y de laborar. Gracias a Avándaro la cultura del rock se difundió cada vez más, ampliando sus formas de expresión cultural; por ello se ha defendido la premisa de “El rock es cultura”.
A manera de conclusión, les diré que Avándaro marcó EL PRESENTE DE UN FUTURO QUE NO HA PASADO Y SIGUE PASANDO. Lo que nos trae de nueva cuenta a la pregunta ¿qué tiene que ver la juventud de hoy, con un evento que ocurrió hace más de cuatro décadas?
La revolución que generó la censura oficial de toda manifestación masiva juvenil convirtió al rock en emblema, signo de la identidad y expresión tácita de rebeldía. Aquel día, el rock no tuvo la culpa, ni la juventud tampoco; pero tendrían que pasar más de dos décadas para que nuestro rock resurgiera del abismo, para lograr que la música mexicana hecha por y para jóvenes literalmente “explotará” en la escena mundial, convirtiéndose en todo un fenómeno que hoy por hoy nos identifica como los líderes del movimiento roquero de habla hispana.
La moraleja es muy clara y explícita: los ciclos de la historia convierten a la censura en un poderoso motor que revierte los esquemas en prospectiva, y después de la represión sísmica que llevó la escena roquera de los setenta a niveles subterráneos, las expresiones de la juventud provocaron un tsunami que nada ni nadie pudo parar.
Hoy, ayer y mañana son expresiones de la ley de la relatividad que dimensiona tiempo y espacio: es por eso que la historia es un ciclo inevitable: cuando las generaciones se dividen, los cambios se multiplican. En la gran ecuación de la experiencia humana, restar los errores, es sumar nuestros logros.
Hace unos días, tratando de llegar por Reforma a la calle de Ayuntamiento para grabar un programa de televisión, me vinieron a la mente muchas ideas, como la de que hablando de la historia política de México, todo ya está escrito… lo único que cambia es el reparto… y los repartidores…
Larga vida al rock…

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